martes, 13 de abril de 2010

SOMOS NOVIOS.

–Te quiero.
–Yo también te quiero.
–Me gustaría estar contigo toda la vida.
–Sí –dice ella, y se aprieta aún más contra él.
La música sigue sonando y él la besa. Es un beso largo. Ella le corresponde No saben si están solos o acompañados. El mundo no cuenta.
–Hace mucho calor –dice ella mientras se quita la blusa y se la anuda a la cadera.
Él la mira embobado. Lleva un pantalón vaquero ajustado, entre el pantalón y el final de la camiseta asoma un ombliguillo redondo. El escote del top permite adivinar unos pechos pequeños y tersos entre sus hombros amplios.
–Eres preciosa. Nadie tiene una novia tan guapa.
–Te lo parezco a ti.
–Te querré siempre.
–Siempre..., ¿qué hora será?
–Cerca de las once.
–Tengo que irme. Ya sabes, hay que estar a las once y media en punto, ni un minuto más.
Caminan en la noche hasta la parada del autobús. Van con las manos enlazadas y se echan miradas encendidas.
Se paran para esperar el bus. Begoña tiene el pelo largo, rizado y de color castaño con unos hilillos cobrizos que relucen a la luz de la farola.
–Cuanto más te miro, más me gustas. Eres más que preciosa. No tienes ni una espinilla, eres perfecta.
Javi es alto y bien formado pero tiene la cara llena de marcas debido a las espinillas.
–Te quiero –dice mientras rodea con la mano la cintura de la chica.
Luego se adelanta e intenta abrazarla y besarla. Ella hace un mohín de rechazo.
–Nos pueden ver.
–¿Quién nos va a ver? Aquí cada uno está a lo suyo.
– No sé…
Él le dice algo al oído y las hormonas hacen su trabajo.

A unos cientos de metros de allí, Jesús, Marina y sus dos hijos pequeños han ido a pasar la tarde a un merendero al que acuden muchas familias y han jugado una partida de cartas con unos conocidos, Fernando y Conchi.
Jesús y Fernando son compañeros de trabajo en la mina, aunque Fernando es técnico y Jesús un simple minero. Esta diferencia de cualificación dificulta en cierto sentido una amistad más íntima porque en el trabajo uno es el jefe y el otro el subordinado.
–Se nos ha hecho un poco tarde. Tenemos que irnos –dice Marina mientras se levanta.
–Sí, nosotros también nos vamos –contesta Conchi–. ¿Os llevamos?
–No faltaba más, claro que sí –afirma Fernando apoyando a su mujer.
–No sé, a lo mejor queréis ir a otro sito. Como no tenéis peques. Esto de tener el coche en el taller es una lata. –dice Marina con la mirada baja.
–También nos vamos a casa y vivís a dos pasos – insiste Fernando.
–Bueno, entonces sí –Marina levanta la mirada y esboza una sonrisa mientras recoge sus cosas.
Todos se montan en el coche y se ponen en marcha. Al pasar por delante de la parada del autobús ven como una pareja se “morrea”.
–Los jóvenes de hoy en día no tienen vergüenza –afirma Conchi–. ¡Míralos!
–Tienes razón –dice su marido mientras acerca más el coche a la pareja para iluminarlos bien con los faros y poder verlos mejor.
–Déjalo, no te acerques tanto que están las criaturas –advierte Marina, aunque no quita la mirada de la pareja.
De pronto Marina se pone lívida, ha reconocido a su hija y al hijo de sus amigos. Mira a los demás y observa que todos se han dado cuenta.
Una vez superado el primer estupor se miran unos a otros.
–La mato –dice Jesús–. Es que la mato.
-No vayamos a tener un escándalo en medio de la parada del autobús –propone Fernando–. Espera a que lleguen a casa, es lo mismo –y acelera dejando atrás a la parejita que sigue arrullándose con amor.
–No puedo comprenderlo, es una niña que jamás ha dado un disgusto –afirma Marina––. Siempre ha sido obediente y responsable. Ha terminado el bachillerato con unas notas estupendas.
–Ya, pero llegada una cierta edad los padres no sabemos nada de lo que los hijos hacen fuera de casa –apunta Fernado-.
–También Javi es un buen chico –contesta Conchi.
Nadie dice nada más y durante el resto del trayecto no se oye ni una mosca.

Begoña y Javi se despiden unos metros antes de llegar a la calle donde ella vive. Ella mira el reloj.
–Se hace tarde. Ya sabes cómo es mi padre.
–Ya. En casa no me ponen una hora fija.
–Eso es porque eres chico, esto de ser mujer es un asco.
–¿Te veré mañana?
–¡Claro!, mañana y pasado mañana y siempre –dice Begoña mientras se aleja apretando el paso.
Cuando llega a su casa llama a la puerta y le abre su madre. Tiene un aspecto terrible, los ojos rojos de llorar, la mirada extraviada. No dice nada
–¿Qué pasa, mamá?
–Pasa, verás tu padre –dice Marina con un hilo de voz.
Begoña se asusta un poco. Mira a su madre pero ésta baja los ojos y no le devuelve la mirada. Esto no ocurría nunca.
–Pero, ¿qué pasa?, ¿no me lo puedes decir tú?
–Anda, camina, que tu padre está esperando –dice sin levantar los ojos del suelo.
Begoña se dirige hacia la cocina. Su padre está de espaldas.
– ¿Qué pa..?
No puede terminar la frase. El descomunal bofetón propinado por el brazo del picador desencaja su cara.
–¡Puta, más que puta! –dice Jesús con la cara hinchada por la ira–. Sólo me faltaba que una hija mía fuera a ser una puta, una zorra. Te aseguro que te mato antes de que me pongas en vergüenza, te mato, lo juro.
–Pero si yo… –intenta balbucear Begoña envuelta en lágrimas.
–¡Me cago en la puta! ¡Hostia! No vayas a negarlo. Te hemos visto con estos ojos.
–¡Qué vergüenza! En mi vida lo ha pasado peor –añade su madre entre sollozos.
Jesús vuelve a abalanzarse sobre Begoña. Ella se cubre la cara con los brazos. Todo le da vueltas. Su padre la toma por los hombros y la zarandea.
– ¡Sí! ¡Me cago en la puta que me parió! Te hemos visto con el hijo de Fernando, dándote el lote como una cualquiera. Si no te hubiera visto nunca habría creído que fueras capaz de una cosa así. ¡La mosquita muerta!
Begoña mira a su padre totalmente aterrada e intenta balbucear unas palabras.
–Es que salgo con él. Somos novios.
–¡Qué novios ni qué cuentos! ¡Me cago en la puta! ¿Cuántas veces te hemos dicho lo que no se hace? ¿Es que hablo en latín? Si te deja preñada ¿Crees que se va a casar contigo? ¿Es que no te das cuenta de que tú eres la hija de un puto minero y el padre de ese individuo es el jefe?
–Somos novios, de verdad, lo juro.
–¡Joder! ¿Es que no me explico o que eres tonta? ¡Manda cojones! No quiero volver a verte con él. Que yo no me entere que nadie te ve ni con ése ni con ningún otro.
–Pues… no pienso dejarlo. Es mi novio, ya te lo he dicho
Jesús se abalanza de nuevo sobre ella y comienza a pegarle sin control pero su madre se interpone.
–Bueno, déjala ya. No vayas a tener que ir tú a la cárcel, que sería mucho peor. Déjalo, ya veremos lo que hacemos –y se dirige a Begoña–. Vete a tu cuarto.
–¡Ah!, y de momento no vuelves a salir más en todo el verano porque, ¡me cago en la!, ¡te juro que te mato! –le dice su padre con el dedo índice en alto y tembloroso.
Begoña se dirige al cuarto de baño. Llora desconsoladamente mientras se limpia la sangre que le brota de la nariz.

Doscientos metros más allá, Javi busca sus llaves y abre la puerta de su casa. Enseguida aparece su madre con mirada huidiza. Se acerca a darle un beso. Ella inicialmente lo rechaza pero él insiste y al final se deja convencer por la zalamería de su hijo.
–Anda, camina, que tu padre quiere hablar contigo –le dice con una sonrisa entre forzada y complaciente.
–¿Qué pasa?
–Verás, hijo, te hemos visto en la parada del autobús con esa chica, creo que se llama Begoña.
–¿Y?
–Pues, eso, que te hemos visto abrazándote y tu padre quiere hablar contigo.
Javi se dispone a la reprimenda. Primero va a su habitación y con cierta parsimonia se cambia los zapatos y deja la chaqueta en el perchero. Finalmente se dirige al salón. Su padre está sentado leyendo el periódico. La tele está apagada, algo inusual a esas horas.
–¡Ejem! –dice al ver que no ha notado su presencia.
–¡Ah!, ¿ya estás aquí? –pregunta innecesariamente mientras lo mira de arriba abajo–. Bien, hijo, escúchame con tranquilidad porque tenemos que hablar de hombre a hombre –y le indica el sillón para que se siente.
Javi se sienta sin perderlo de vista. Su padre dobla parsimoniosamente el periódico y levanta la vista.
–Supongo que tu madre te ha dicho que te hemos visto con una chica ¿no?
–Sí, bueno, era Begoña, la hija de Jesús.
–Ya –contesta mientras entrelaza sus dos manos con el dedo índice extendido–. Verás. No creas que no te comprendo, yo también he tenido dieciocho años y sé lo que es eso. Entiendo que tengas tus necesidades y, la verdad, Begoña es una chica muy mona que está muy bien. Pero hay que andarse con cuidado, eres muy joven para “novieteos”. Se empieza haciendo manitas y no se sabe cómo se acaba.
–Pero si no he hecho nada. –protesta mirando a su padre–. ¡Anda, que no sois exagerados!
–Tú sabrás. Nosotros vimos lo que vimos y eso no es nada tranquilizador.
–Bueno, llevamos un tiempo bailando juntos y tú ya sabes, bueno, sé que lo comprendes.
El padre mira de reojo a su mujer que está escuchando discretamente cerca de la puerta. Ella le hace un gesto como incitándole a decir algo ya convenido.
–Supongo que no es nada serio, ¿no? –lo mira con el ceño fruncido mientras espera la respuesta.
–Bueno –baja la vista-, no sé, supongo que no –vuelve la mirada a su padre–. Begoña me gusta pero nada más.
El padre desarruga el ceño, sonríe y vuelve a mirar a su mujer con cierta complacencia.
–Bueno, en ese caso no hay problema. De todas formas ándate con ojo, que tú eres un buen partido, y seguro que habrá un montón de lagartonas que querrán pescarte de cualquier manera –vuelve a desplegar el periódico que estaba leyendo–. Tú haz lo que quieras, a mí no me importa, pero, eso sí, con cuidado de no comprometerte, de noviazgos nada –se para un momento, como dudando de lo que va a decir, vuelve a echar un ojo a su mujer y ésta lo anima a seguir–. Y, ya sabes, quiero decir que si tuvieras una relación íntima con alguna chica, pues siempre con cuidado, para eso están los condones, que los venden en las farmacias.
Javi lo mira asombrado.
–Todavía te queda mucha vida por delante –continúa– este año empiezas en la universidad y quién sabe a cuánta gente interesante conocerás. A lo mejor conoces alguna chica de tu clase, quiero decir que también estudie como tú, porque, ¿sabes?, no es nada bueno casarse con una mujer inferior, ni para ti ni para ella. Cuando pasa el tiempo y se acaban los arrumacos esas diferencias se notan. Esas cosas suelen pasar. No es que quiera decirte con quién has de salir y con quién no. Desde luego que no. Eso es cosa tuya. Pero a la hora de comprometerse hay que pensárselo mucho… –y Fernando sigue y sigue con su perorata, explicándole a su hijo cómo debe comportarse un hombre de bien en este mundo.
Su madre, que contemplaba la escena en segundo plano, sonríe y pregunta:
–¿Vas a salir esta noche?
– No sé. Ya veré. ¡Tengo un hambre canina!
–En un minuto está la cena.