viernes, 14 de mayo de 2010

LA NOVIA

–¡Qué cabrón!
–El que sabe, sabe. Pura envidia.
–¿Cuantos años tiene Alonso?
–Cuarenta y dos.
–¿Y la chica? Quiero decir la novia, no me acuerdo como se llama.
– Verónica. Va a cumplir veinte.
–¡Que cabrón! ¡Está como un queso!
Todos se ríen sin disimulos.
–Tened cuidado que estos son el hermano de la novia y la hermana del novio.
–Por mí podéis decir lo que queráis –dijo Paula esbozando una sonrisa– Alonso es muy dueño de vivir su vida. A mí me parece estupendo, en esto del amor no creo en las edades.
Paula era una mujer de treinta y muchos, de estatura mediana y bien formada. Tenía unos inmensos ojos azules, nariz prominente y labios finos. No es que fuera guapa, pero se arreglaba mucho y resultaba llamativa. Además vestía sexy. A ella le gustaba lucir sus abundantes curvas con ropa muy actual y un poco ajustada.
–¿Tú qué opinas? –uno de los comensales se dirigió a José Luis, el hermano de la novia.
–¿Yo...? No tengo nada que opinar. Parece que se llevan bien.
José Luis estaba deslumbrado por Paula. Nunca había conocido a una mujer tan vital y con tanto desparpajo. Se la presentó su hermana en una comida familiar. Estaba deseando volver a verla y le sugirió a Vero que lo pusiera en la misma mesa que a ella.
No pudo entablar una conversación personal con ella. Era la única mujer de la masa y todos la solicitaban para reír sus chistes o comentar algo de la fiesta o de los invitados.
Quería invitarla a bailar pero otros dos se le adelantaron. ¡Cómo bailaba!, era la admiración de los todos .
Por fin le tocó su turno.
–Yo no sé bailar, a lo agarrao y gracias.
–¿No te gustan los ritmos de ahora? La salsa, la bachata… ¡Si eres un crío!
–No tanto. Voy a cumplir veinticuatro.
–¡Un crío! ¿No sales de marcha?
–No tengo tiempo. Estoy estudiando “minas” y quiero sacarlo año a año. No queda más remedio que sacrificarse.
–¿Ingeniero de minas?
–Sí, eso quise decir.
–Pero siempre hay tiempo para todo. ¿Es que no te gusta?
–Sí. Sí, me gusta…
–No lo creo. Yo llevo el restaurante y salgo un montón. Y que conste que es un negocio difícil y muy sacrificado.
–A lo mejor no me gusta tanto como a ti. Es que eres la pera. ¡Qué energía tienes!
–Hay que vivir. ¡Diez años casada con un muermo! Y, además, estérilMe tengo que resarcir.
José Luis, a pesar de su timidez, se las arregló para copar a Paula y ella parecía que se encontraba a gusto con él.
Llegó la hora de las despedidas.
–¿Podría verte otra vez?
–Me verás muchas veces. Ahora somos parientes.
–Quiero decir que si podríamos quedar para salir.
–¡Qué cosas tienes! ¿No ves que soy mucho mayor que tú? ¡Si eres casi un niño!
–No vuelvas a lo mismo. Lo he pasado estupendo. Me gustas.
–Yo también lo he pasado muy bien. Eres un chico encantador… Bueno, ¡qué caray!, pásate cuando quieras por el restaurante. No pasa nada por salir por ahí. Lo vas a pasar pipa, voy ha enseñarte a vivir la noche.
Se pasó por el restaurante al día siguiente y al otro, y al otro. Sin darse cuenta empezaron a salir juntos y unos meses después estaban locamente enamorados.
Para ella fue un descubrimiento doloroso.
"¿Cuántos años le llevo? ¿Trece o catorce? Ésa es la triste realidad. Pero no hay remedio, me he enamorado y de eso no hay ninguna duda. ¡Tampoco se nota tanto la diferencia de edad! ¡Él es tan serio! Además, se ha dejado la barba y parece más mayor…"
Ella empezó a vestir con más discreción, no quería llamar la atención. Cada vez salían menos. Muchas noches se quedaban en casa de Paula a pasar la velada.
–Es como si nos escondiéramos.
–No tenemos por qué escondernos.
–Eso te parece a ti. Creo que todo el mundo piensa que soy una pervertidora de menores.
–Yo no soy ningún menor. ¡Mira que dices bobadas!
–¡Si te contara lo que dijo mi madre! ¡Hasta mi hermano se atrevió a recriminarme! Imagínate los demás.
–Pues tiene mucha cara, le lleva muchos más años a Verónica.
–Sí, pero él dice que es distinto. Y, no es que esté de acuerdo, ¡ni mucho menos!, pero hay que rendirse a la evidencia. Las cosas son así.
–¡Casémonos!
–Ahora el que dice tonterías eres tú. ¿Cómo nos vamos a casar?
–¿No tienes ya el divorcio?
–Sí, pero no es eso.
–¿Entonces qué? ¿Quieres que lo dejemos? ¿Es eso?
–No. Bien sabes que no. No te dejaría por nada del mundo. ¡Cómo no me dejes tú a mí!
–Entonces tiene todo el sentido. Queremos estar juntos para el resto de nuestros días y casi vivo en tu casa. Hablarán al principio, pero luego nos dejarán en paz.
–Pero tú eres muy joven. Tienes toda la vida por delante. Quizás con los años te puedes cansar de mí y buscar otra más joven.
–O eres tú la que se cansa de mí.
–No sé. A lo mejor tienes razón y nos dejan en paz. Pero no, todavía estás estudiando.
–Para mí, tú eres más importante que todo lo demás. Me pongo a trabajar.
–No quería decir eso. Yo gano de sobra, podrías acabar de estudiar sin problemas.
–Dirán que soy un mantenido. Pero… ¿qué nos importa?
–Tienes razón. Es posible que sea lo más acertado. Pero si algún día te gusta otra más joven me lo dices sin reservas.
–Sí, mujer, no te preocupes que te lo digo.
La decisión estaba tomada. Empezaron a preparar los papeles y llegó la hora de decírselo a la familia.
–¡No lo puedo creer! –afirmó la madre de Paula–. ¿Cómo puedes estar tan loca? Eso no puede salir bien.
–No me importa. Tampoco salió bien lo de Isidro y te pareció el marido ideal. Y ni tan siquiera pude tener hijos.
–Si no trabaja ni nada.
–Trabajo yo y gano más que suficiente. Cuando acabe los estudios ya trabajará.
–Yo creo… –comenzó a argumentar Alonso.
–Lo que tú creas, o lo que creáis todos me importa un rábano.
José Luis no les dijo a sus padres nada sobre los años de Paula.
–Pero, ¿cómo vas a casarte antes de acabar la carrera? –preguntó su madre.
– No os preocupéis, acabaré la carrera.
–¿De qué vais a vivir? – preguntó su padre.
–Eso tampoco es un problema. Paula tiene un restaurante.
–¿Qué?, ¿qué vas a vivir de ella?
–No, sólo hasta que acabe se estudiar.
–¡Pues vaya un plan! ¿No podéis esperar? ¿Es que está embarazada?
–No, mamá. No está embarazada. Nos queremos y no hay por qué esperar.
–Sí, comprendo que a ella le corra prisa porque ya tiene sus años, ¿cuántos?
–Nunca se lo he preguntado.
–Verónica nos dijo que era una chica mayor.
–Ella qué sabe.
–¡Allá tú! Pero, sinceramente, creo que estás cometiendo un error. Lo que tenías que hacer es acabar la carrera y buscarte una chica de tu edad.
–Tengo la mujer que quiero. ¿Le dijisteis lo mismo a Verónica cuando se casó con Alonso?
–Es distinto. Alonso es un hombre hecho y derecho, con el porvenir resuelto. ¡No compares!
–¿Sí? Pues le lleva muchos más años.
–De sobra sabes que no es lo mismo. Eso tuyo no va a durar un suspiro. Además está divorciada, ¿no?
–También estaba divorciado Alonso. ¿A qué jugáis? No quiero volver a hablar de esto. Me voy a casar. Punto. Si queréis vais a la boda y si no queréis no vayáis.
–¡Qué disgusto! ¿No pensaréis en hacer una gran boda? En estas circunstancias, lo mejor es la discreción.
–Todo lo grande que nos sea posible. ¡Faltaría más!
Naturalmente que se casaron y por todo lo alto.

Once años después están celebrando el décimo cumpleaños de Luis Ángel, el hijo mayor de José Luis y Paula.
–¿Cómo es que no ha venido Alonso? –le pregunta Paula a Verónica.
–Es que nos vamos a divorciar.
–¿Que os vais a divorciar? ¿Qué ha pasado?
–Lo de siempre. Alonso hace su vida y anda con quien quiere.
–¿Estás segura?
–Además… yo he conocido a un chico. Lo ibas a saber de todas formas.
–Yo no sospechaba nada.
–¡Claro! Vosotros vivís en Babia. Todo el mundo lo sabe.
–Yo creía que os seguíais queriendo.
–¿Quién se sigue queriendo después de trece años?
–Mucha gente. Nosotros.
–Lo vuestro es algo increíble. Y eso que nadie daba un duro por vuestra relación.
–Es que yo tenía una época loca. ¡Como estaba recién divorciada!
–No, era la diferencia de edad.
–La falta de costumbre. En otros casos la diferencia era al revés y nadie decía nada, e incluso se celebraba como una machada del tío.
–Lo vuestro fue diferente desde el principio.
–No lo creas. Lo pasé muy mal. Durante muchos años estuve preocupada por parecer más joven, para que no se notara. Echar un kilo de más era una tragedia. Las primeras canas me costaron lágrimas. Usaba todos los potingues del mercado para retardar la aparición de las arrugas. No es qué José Luis me dijera nada. Me quiere y yo lo sé. Eran los demás: mis suegros, los amigos, los compañeros de Jose.
–Pues... ¡dais una envidia!
–Ahora ya lo he superado. Los demás me importan un pito. Cuando me casé pensé que lo tenía superado. ¡Pero ni hablar!
–No creo que Alonso tuviera esos problemas. Los tiene ahora que se tiñe las canas y lleva faja. Piensa que puede ligarse a otra de dieciocho… Yo creo que nunca me quiso. Sólo le gustaba mi juventud. Pero… ¡no se puede ser eternamente joven!
–Tienes razón, es cuestión de amor. Siempre lo dije, cuando es sincero no hay edades…