sábado, 8 de mayo de 2010

LA BUENA VIDA.

–¡Estoy embarazada!
–¿Tú crees?
–Estoy segura. Me haré la prueba, pero estoy segura. Ya te dije que este mes no me ha venido el periodo.
–Sí, pero has tenido retrasos otras veces.
–Pero esta vez es distinto, lo noto.
–¿Qué hacemos?
–Pues, tú verás, habrá que decirlo en casa.
–Eso supongo. Tendremos que casarnos.
–Está bien, pero sin rollos. Vamos al juzgado, firmamos y ya está.
–Sí, sin rollos. ¿Y cuando llegue el niño?
–Ya veremos.
Elena y Paco habían empezado juntos a estudiar medicina y desde el primer momento se enamoraron, en segundo ya eran novios y en tercero convivían en el mismo apartamento. Ya estaban en quinto.
La familia de Paco vivía en La Coruña. Su padre era militar y, ya se sabe, mucho aparentar y poca “plata”. Además tenía otros dos hermanos, uno en la universidad y otro a punto de empezar. Cuando Paco contó a sus padres lo que ocurría, le dijeron que mejor se lo hubiera pensado bien antes de andar haciendo el tonto.
Ella era hija de unos labradores, ni pobres ni ricos, ganaban lo suficiente para dar estudios universitarios a ella y a su hermana. En cuanto se enteraron, pusieron a su disposición todo lo que tenían.
Después de dar a luz se fueron unos días a casa de los padres de Elena.
–En cuanto estés repuesta, nos vamos a Santiago. No podemos perder tantas clases.
–Tendrás que irte tú. Y mañana mismo.
–No. Podemos arreglarnos.
–No podemos. Es mucho gasto. ¿De dónde vamos a sacar el dinero? Está la renta, los gastos de la casa, los gastos de la niña, que son muchos. Mis padres no pueden con tanto. Lo sé. Además, yo no podría ir a clase: ¿con quién iba a dejar a la niña?
–Podemos turnarnos.
–Eso no es posible, ¿cómo iba a darle el pecho? Ahora lo primero es ella. Tendrás que irte solo a Santiago y ya veremos. Haré lo que pueda. Y si pierdo este curso, lo perdí. No pasa nada, ya seguiré.
Paco terminó los estudios y pidió una beca para hacer la especialidad en Alemania. Quería ser radiólogo y allí estaban los mejores especialistas. Elena quedó colgada con tres asignaturas que sacó en septiembre.
Paco se apuntó para hacer sustituciones de medicina general pero no lo llamaron, así que seguían en la casa de los padres de Elena sin poder independizarse.
A primeros de octubre llegó la buena noticia.
–Me han concedido la beca.
–¡Estupendo!
–Claro que no es mucho dinero –se quedó pensativo–. Tendré que renunciar. No me daría ni para vivir en Alemania yo solo.
–¡No digas tonterías! ¡Cómo vas a renunciar! Es lo que siempre has deseado. Además, es el mejor camino para empezar a trabajar lo más rápido posible.
–Eso es verdad. Pero no nos da para vivir.
–Tú te vas a Alemania y yo me quedo aquí. No hay problema. Tenemos que sacrificarnos un poco si queremos conseguir algo. Las cosas son así. Medicina no es ingeniería, sabíamos que lleva su tiempo. Además, tengo una noticia para ti. No quería decírtelo para no preocuparte, creo que estoy embarazada de nuevo.

Paco se fue solo. Después de dos años volvió definitivamente a España y se dispuso a preparar el MIR. Otra vez a estudiar, aunque combinaba el estudio con un puesto de radiólogo en una clínica de una mutua de seguros.
Pronto se independizaron, alquilaron una casa en la ciudad y, sin lujos, desde luego, comenzaron su auténtica vida de familia.
Al cabo de ocho años ya era radiólogo en la residencia del Insalud, propietario de una clínica, padre de tres hijos y hasta tenían servicio doméstico.
–Ahora que Quique empieza al colegio voy a terminar la carrera.
–¿A estas alturas?
–Hace años que quiero hacerlo, ya lo sabes.
–Sí, pero ya no lo necesitamos.
–No es cuestión de necesidad económica, es algo personal.
–¿Y qué va a pasar con todo, la casa, los niños?
–¿Qué va a pasar? Nada. Yo iré a clase mientras los niños están en el cole y está Edelmira por si algún día no puedo ir a recogerlos.
Elena se puso las pilas y acabó las cinco asignaturas que le quedaban. Siempre había querido ser pediatra y pronto le surgió la oportunidad de hacer un curso en Estados Unidos.



Elena “ha invitado” a cenar a Paco en el restaurante que más les gusta y, después de haber bebido un buen vino de la tierra y un chupito de aguardiente de hierbas, están muy alegres y comunicativos.
Tiene treinta y tantos años espléndidos. Alta, delgada, de ojos color miel y una sempiterna sonrisa acariciadora. Nunca se arregla en exceso, pero aquel día se ha esmerado en estar guapa.
–¿Me vas a decir qué es lo que celebramos? ¿Estás otra vez embarazada? –pregunta Paco con una abierta sonrisa–. ¡Venga! Me parece estupendo, ya sabes que siempre me gustaron las familias numerosas.
–No, no es eso.
–¿Entonces?
–Celebramos que me ha salido la oportunidad de realizar la especialidad de pediatría en Estados Unidos. Ya sabes lo que me apetece. ¡Estoy encantada!
A Paco se le hiela la sonrisa. No contaba con ello. Se siente muy incómodo.
–Comprendo que te haga ilusión, pero las cosas no son tan sencillas. Están los niños…
–He pensado que podrías pedir seis meses de excedencia en el Insalud, o dejar la dirección de la clínica a tu ayudante. Los niños pueden comer en el colegio y Edelmira puede ir a buscarlos a la parada del autobús. Con que estés en casa a partir de las cinco todo resuelto.
–No sé.
–Te vendrá bien hacer de padre una temporada y encargarte de los niños. Controlar los deberes que tienen, lo que ven en la tele, ir a los entrenamientos y todas esas cosas. La verdad es que no los ves lo suficiente y te necesitan tanto como a mí.
–Ya. Tú todo lo ves muy sencillo, pero no es así. Tengo compromisos profesionales ineludibles.
–Paco, no hay nada ineludible –lo interrumpe menos sonriente.
–Sí que hay y, además, con lo que yo gano vivimos más que bien. ¿Cómo es posible que te plantees dejarlo todo sin ninguna necesidad? ¿Es un caprichito de mujer insatisfecha? ¿Es que estás frustrada? No sé qué pensar.
–¡Hombre, Paco! Me parece mal que a estas alturas me salgas con ésas. Tú sabes muy bien que sacrifiqué mi carrera durante mucho tiempo para que tú te situases –argumenta mostrando una cierta inquietud.
–Sí, pero también es cierto que yo trabajo para que vivas como una reina. ¿No me dirás que te matas trabajando? ¡No, claro! Y ahora que tan bien nos va dices que quieres cambiar las cosas –las palabras le salen a borbotones, se nota que está nervioso.
–¡Vale! No sigas. Me dediqué a los chiquillos y a la casa porque era necesario, porque no había más remedio. Pero ahora el pedir unos meses de excedencia no va a perjudicarte en nada y yo necesito hacer las cosas bien, como las has podido hacer tú. En ningún momento se me ha ocurrido imaginar que te opondrías, no es lógico, no tiene sentido –se le empiezan a escapar las lágrimas sin poder evitarlo.
–Ya, Elena, pero, ¿para qué?, ¿para qué quieres hacer un máster?, ¿o es que luego quieres hacer el MIR y ponerte a trabajar todo el día?, ¿y la familia qué?, ¿no te importa nada?, se me vienen mil cuestiones a la mente. Todo esto me parece una locura, ¿no estamos bien como estamos?, ¿no hemos sido felices?, no puedo comprenderlo.
–Pues está bien claro, esto de ser ama de casa pura y dura no va conmigo. Lo he hecho durante estos años porque no quedaba otro remedio, pero ahora he acabado la carrera y quiero trabajar. ¡Naturalmente que quiero trabajar! Lo sabes de siempre, desde que empezamos la carrera. Incluso yo tenía más claro lo que quería que tú. Creí que te alegrarías por mí. No esperaba esto…, de verdad.
–Claro que me alegro. No es que no me alegre, pero, ¡compréndelo!, primero está la familia y luego lo que cada uno quiere.
–Pues por eso mismo pensé que seis meses de excedencia te vendrían muy bien, a ti y a los niños –se para un momento y lo mira sonriendo–. Y, además, entre que hago el MIR y llegue a conseguir un trabajo en serio los niños ya no nos necesitarán tanto y creo que entre tú y yo podríamos organizarnos para que tengan la atención que precisan en cada momento.
–Es que eres una ilusa. Lo ves todo muy sencillo, pero no es así. Yo, entre el trabajo y la clínica, casi no tengo tiempo para nada.
–Pues si llega el caso dejas una de las dos cosas.
–¡Qué bobadas dices! Y luego cuando los chicos se vayan de casa yo me he quedado atrofiado para el resto de mi vida. Esto es así, ya lo sabes, si lo dejas no es fácil retomarlo después.
–¡Claro! Y lo que tú quieres es que yo me quede atrofiada para toda la vida. ¿Qué haré yo cuando los chicos se vayan y me quede sola con un marido que no para en casa porque está todo el día trabajando?
–Pues no sé. Las mujeres siempre tenéis cosas con las que entreteneros. Yo creía que ése era el ideal de cualquier mujer. Tener muchachas que te lo hagan todo y no hacer nada.
–A ti estos años te ha vuelto “majara”. Tú estás chiflado. ¿Cuándo me has oído decir a mí que ése fuera mi ideal?
–No sé. Las personas cambian con la edad. Yo te he visto muy a gusto.
–Estoy decidida. Voy a ir a Estados Unidos y luego pienso trabajar. Tendremos que organizarnos.
–Bien. Tú decides, pero que quede claro que no sé qué será de nuestro matrimonio ni de nuestra familia porque yo no pienso coger ninguna excedencia ni mucho menos renunciar a nada por un caprichito de la señora.
–¿Es que me quieres hacer elegir entre tú y mi profesión?
Paco no contesta.
–¿Es que los niños no son tus hijos? ¿Pretendes que sólo sean cosa mía?
Paco sigue callado.
–No puedo creer lo que me está pasando. No eres el mismo. Los dos hemos crecido juntos, al menos en el plano intelectual, siempre creí que eras un hombre progresista, sin prejuicios machistas. Llega el camarero con la factura. Paco saca la tarjeta y esperan en silencio a que le traigan el ticket. Firma y deja una buena propina. Se levantan y salen del restaurante en silencio. Parece que ya no tienen nada que decirse.

1 comentario:

  1. Es una estupenda historia Blanca,real como la vida misma.un beso

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