jueves, 19 de febrero de 2015

LA UNIVERSITARIA






   Julián estaba en la cima. Era director de zona de una gran empresa de seguros y reaseguros. Había llegado por méritos propios. Empezó por lo más bajo, hizo de pinche, se pateó las calles en busca de clientes, dirigió un equipo de ventas y al fin llegó.
   Se sentía pleno. Había conseguido aquello por lo que había sacrificado todo lo demás: aficiones, relaciones estables, amigos… Todo.
   Tenía un pisito de soltero en el que se sentía como pez en al agua. Se había organizado para prescindir de cualquier mujer, incluida una empleada del hogar. Él, por su trabajo, viajaba mucho, paraba poco en casa y, según su propio criterio, era muy limpio y ordenado. 
   En su nuevo cargo disponía de más tiempo libre. Había comenzado a  pintar,  escribir y a tocar la guitarra. Era un hombre casero, poco amigo de bares y saraos.
   Hacía unos días se había encontrado con un antiguo ligue, pasajero, como todos los que había tenido. Era sábado.
   –¿Qué es de tu vida?
   –Como siempre.
   –¿Sigues en lo de los congelados?
   –Sí, no es fácil encontrar trabajo y ahí tengo contrato fijo. Si acepto un contrato temporal en otro sitio, a la larga puedo quedarme sin trabajo.
   –Es un problema. Y de chicos ¿qué?
   –Voy tirando.
   –¿Sales con alguien?
   –Sí y no.
   –¿Quieres que cenemos juntos?
   –Bueno, hoy no pensaba salir.
   Cenaron y luego fueron a su apartamento.
    El domingo por la mañana Julián hizo un gran desayuno. Se lo llevó a la cama a Mary. Ella se sorprendió gratamente. No conocía esa faceta de Julián.
    Luego le enseñó el cuadro que estaba pintando. Le tocó algo a la guitarra. Le leyó alguno de sus poemas y escritos.
   –¡Qué listo eres! Sabes hacer de todo y todo lo haces bien. ¡Claro! Por eso has llegado tan lejos.
   –No es que esté bien, pero lo hago lo mejor que puedo.
   –Yo sería incapaz de hacer un borrón. Escribes de maravilla. El hombre de la poesía habla como un aldeano de verdad. No sé cómo puedes hacerlo siendo tú tan fino.
   –Es cuestión de empatía y de fijarte cuando oyes a los demás hablar.
   Mary se quedó callada.
   –Tener empatía es ponerte en el lugar del otro. Intentar adivinar cómo piensa, o lo que quiere hacer. Por ejemplo, si ves un cuadro abstracto, intentar comprender lo que el pintor quiso expresar.
  –¡Ah!
   Mary se hizo asidua del apartamento de Julián.
   Un día tras otro, al final acabaron por formar una pareja más o menos estable. No se puede decir que fueran  novios porque él nunca le habló a ella de proyectos de futuro, pero, ella, con gran orgullo, se lo presentó a su familia y amigos como tal y pronto sintió que era parte de su vida.
   Julián no tenía claro lo que quería.
   –Hoy llega el gran jefe de Madrid –dijo su segundo en la oficina–. Acaba de llegar el fax. Viene a una cena homenaje a no sé quién. Tú y yo estamos invitados ¡con mujeres y  todo!, ¿vas a llevar a tu chica?
   –¿Qué chica?
   –Ésa con la que sales.
   –Yo no tengo chica. Tengo amigas.
   –Llámalo como quieras. ¿Vas a llevarla?
   –No. ¡Qué ocurrencia!
   En la cena estaban  algunas personalidades de la política y de la empresa. Enseguida se fijó en una mujer. Tenía un gran atractivo físico y se desenvolvía perfectamente en aquel ambiente.
   Raquel también se fijó en Julián.
   Se presentaron, conversaron y, con la disculpa de ver una exposición en la que ambos estaban interesados, quedaron para salir.
  Fueron a ver la exposición. Era muy colorista. Muy simbólica.
   –A mí el abstracto no acaba de convencerme. No tengo suficiente empatía –miró a Raquel y sonrió– empatía significa capacidad para comprender lo que el pintor quiso expresar.
    Raquel se quedó un poco desconcertada.
   –Te aseguro que sé lo que significa empatía.
   –Ya, ¿quieres que cenemos juntos?
   –Me parece buena idea.
   Fueron a cenar, a bailar, a pasear. Esa misma noche sellaron su incipiente relación en el apartamento de Julián. 
  Ocho días después se juraron amor, si no eterno, porque ella tenía experiencias muy negativas del matrimonio, si temporal,  y no volvieron a separarse a no ser por razones de trabajo.
   Se casaron después de esperar dos años por los papeles del divorcio de Raquel.  
   Fueron dos años de amor apasionado.
   Un día, en el que viajaban a Madrid en coche para asistir a una reunión de la empresa en  la que él trabajaba,  las cosas se torcieron.
   Iban hablando de algún asunto relacionado con las revistas de divulgación científica que Julián leía con asiduidad. Como siempre, él soltaba un discurso irrebatible, siempre avalado por la opinión o los trabajos de los científicos y ella lo escuchaba casi en silencio.
   –No sé. Yo a eso no le veo ningún rigor científico –dijo Raquel después de escuchar las explicaciones de su marido.
   Julián tragó saliva y la miró con estupor.
   –¿Por qué dices eso? No sé. No te entiendo. 
   –Es fácil. Lo que estás considerando como una verdad irrebatible me parece una hipótesis fácil de falsear.
  –No sé qué quieres decir. Es posible que sea una teoría, pero es lo que opinan los científicos.
   –Será una teoría, pero como ya te he dicho, una teoría  sin ningún rigor científico.
   –¿Ahora resulta que tú sabes más que los científicos?
   – Pues no. Pero sí sé, cuando me cuentan algo, si está estructurado científicamente o no, si sigue un método avalado por la ciencia. No en vano he estudiado en una facultad de ciencias y llevo trabajando en ello muchos años.
   –¡Ya salió la universitaria! Los que habéis ido a la universidad creéis que sois superiores, que sabéis de todo más que nadie.
   –Pues no. No creo que sepa más que nadie. Pero es innegable que si has pasado por una facultad de ciencias y te has enterado de algo, que no todo el mundo se entera, eso se nota. ¿No pretenderás saber de esto más que yo?
   –Los universitarios presumís mucho, pero yo he tenido que entrevistar a muchos porque querían trabajar conmigo y, en cuanto arañabas un poco, la mayoría eran unos ignorantes en casi todo.
   –Eso que estás diciendo no tiene sentido. Tú estás hablando de una cultura decimonónica. Algunos pensáis que si una persona no sabe de memoria los ríos de España o los países del Mundo con sus capitales es un ignorante. Pero no tienes más que consultar los planes de estudio y los libros de texto para darte cuenta de que no es así. Los jóvenes universitarios de hoy en día saben menos de algunas cosas y más de otras.
   –Mis agentes ganan más que muchos abogados, médicos, e incluso ingenieros. Y la sociedad paga lo que vale. Hoy en día ser universitario no es nada, hay más licenciados en el paro que obreros.
   –¡Vaya!, ¿qué tiene que ver eso con la conversación que estábamos manteniendo? Una cosa es comprender si algo está planteado científicamente o no y otra ganar dinero.
   –Lo tiene que ver todo. Bueno, dejémoslo. No tengo ganas de discutir.
   –No es eso. Es que siempre tienes que saber más que yo de todo, y si no, no estás satisfecho. ¡Hombre!, al menos de lo que tiene que ver con mi carrera y mi trabajo, me concederás que tengo que saber algo más que tú.
   –¡Quieres callarte de una vez!
   En el resto del camino casi no hablaron.
   Al llegar al hotel, Julián se acercó muy cariñoso a su mujer. A ella no le gustó demasiado que después de haberle mandado callar despóticamente viniera a hacerla arrumacos sin una disculpa. Pero estaban muy enamorados y enseguida olvidaron el episodio.
   Fue la primera discusión seria  y a los dos les quedó un regusto de malestar.

  Pronto se puso de manifiesto que Julián no soportaba que en nada su mujer fuera superior a él. Era una cuestión de educación.
   Le costó mucho perder su aire dogmático y didáctico de hombre enterado que alecciona a su mujer en las maravillas del mundo.
   Creía que tenía derecho a supervisar sus conversaciones y  opiniones, a decirle lo que debía hacer y cómo comportarse.
    Al volver de cualquier reunión siempre se producía una discusión:
   –¿Qué te pasa? ¿Estás enfadado?
   – No sé por qué tienes ese afán por llamar la atención.
   –¿Yo? No sé a qué te refieres.
   –¿Por qué tuviste que decir que eres atea?
   –Por que lo soy.
   –Pero no es necesario que lo vayas pregonando y menos delante de gente que sabes que es muy creyente.
   –Fueron ellos los que me dijeron que rezara. Yo me limité a decir que no serviría de mucho porque yo no creía.
   –Siempre tocas temas conflictivos para demostrar que eres más moderna y más progre que nadie.
   –No es verdad. Hablo de educación, de política, de relaciones humanas, de las cosas que interesan a todo el mundo. Lo que pasa es que sólo quieres hablar de los temas en los que tú te consideras un erudito.
  –¡Déjalo ya!, no tengo ganas de discutir.
   –No podemos seguir así. Tú eres el que comienzas los rollos y luego me mandas callar. Si empezamos una discusión habrá que acabarla hasta que nos pongamos de acuerdo. Tenemos que resolver nuestras diferencias.
   –¡Que lo dejes!
   –Es que no soporto que pretendas decirme lo que tengo que decir o no decir. Conocías mi forma de pensar antes de casarte conmigo.
   Julián se sentó en la butaca a leer un libro.
   –Tú no necesitas una compañera. Necesitas una fan que alabe todo lo que haces y se admire por tu gran sabiduría. 
   Julián seguía callado. Raquel se dio por vencida y se fue.
 
   Con el tiempo y las constantes discusiones se han perdido el respeto.
   Él le manda callar en público cuando lo que dice no le gusta y ella se enfada esperando que él le pida disculpas por semejante falta de respeto, cosa que no hace jamás.
   Para Julián, ella, era ed feminista insoportable. Para Raquel, él es un machista intolerante.
   Pero después de cada discusión, de cada enfado, les queda la esperanza ridícula de que va a cambiar lo incambiable.
   En el fondo se siguen queriendo, pero no se soportan.









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